Por Carlos Aylas
El saber y la razón, hablan; la ignorancia y el error, gritan. Esto me hace recordar a la escuelita de EXPRESO cuando el gran periodista y columnista Alfonso Delboy (seudónimo Gerónimo) se reunía con Mario Miglio y “Cuatacho” Cortéz, cuando analizaban y exponían sus ideas sobre la coyuntura política y social.
Algo similar fue la reunión que sostuve con el ex alcalde de Lima, Roberto Carrión Pollit y entre tertulia me reiteró el “que aprende y aprende y nunca practica lo que aprende, es como el que ara y ara y nunca siembra”. Por esos años, había una pugna entre la CGTP y la CTP y el odio brillaba en las mentes de sus dirigentes. “Por eso amigo mío”, me decía que “el mediocre siempre odia a aquel o aquella que le hace sentir su inferioridad y que el odio es la tendencia a aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás”.
Estos dos casos hacen reflexionar la importancia entre la ética y la moral de nuestra profesión; entre la honestidad y el espurio; entre el valor y el sacrificio; entre luz y la sombra; y otros tanto que van y vienen.
Entre esos años de ida y venida, llevando mi Pentax o Minolta al hombro y una grabadora en el maletín para algunas comisiones, conocí a una dama, una colega con su pelo crespo, delgada, risueña y tenía un toque especial para las entrevistas. Ella es la colega Blanca Rosales, a la que siempre le decía que las mujeres son como las olas del mar, todas son las mismas pero jamás iguales. Su sencillez es inmenso con un perfil innato, qué hablar. Es amplia, comunicadora, analítica y muy responsable en sus actos, poniendo mayor énfasis en decisiones que merecen mucho análisis.
Pero son lamentables los “puyazos” y “jaloneo”, que es víctima de algunos individuos que utilizan cobardemente cualquier medio, con el único objetivo para deshonrarla. Pero por qué tanta envidia, tanto egoísmo. Acaso no saben que el egoísmo puede hacernos felices una hora o un día pero nos hace desgraciados por toda la vida.
Todos creen ser más de lo que es y se estiman en menos de lo que vale. Es por ello que arrojan insultos, y la gama de asquerosidades, demostrando su poca personalidad. Basta de bajezas y atropellos. Hay que tener en cuenta que un enemigo ocupa más lugar en nuestra mente que un amigo en nuestro corazón.
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